lunes, agosto 07, 2006

Nuestro mundo ideal

En un mundo ideal donde todo fuera como debiera ser, podríamos dedicarnos a hacer las cosas importantes, las que en realidad nos llenan de razones para vivir y seguir respirando. En un mundo ideal, me dedicaría a buscar esa canción que quiero hacerte escuchar y la pondría para ti, es más, escribiría la letra y te la daría para que no perdieras un detalle de lo que quiero decirte. En un mundo ideal me dedicaría a enamorarte y no tendría reparos y lo haría sin pausas, sin medidas. En un mundo ideal no le robaría tiempo al tiempo para poder robarte un beso ni perseguiría tus momentos libres como un lobo en cacería. Pero no estamos en un mundo ideal, así que nada de eso voy a hacer: no buscaré la canción, no te la pondré, no escribiré la letra y no te enamoraré. En este mundo real simplemente fingiré que nunca te conocí, es más, pensaré que no existes y que todo esto no es más que un sueño, un cuento de brujas y de sapos. Seguiré mi camino pensando que el sabor de tu piel que llevo en mis labios no es un recuerdo sino una fantasía…
Estas son las canciones que no he buscado, la letra que no he transcrito, para no enamorarte y para no darte el beso q ue nunca te he dado.


Dos horas de polvo para atravesar
casi un desierto y finalmente el mar
mi amor es del mar más que de vos
y divagando con la mente mía
llego con mi tren de la una y después,
después como siempre, como estás querida
pero es lento el viaje para mi fantasía
pasa un color, recuerdo el mar y ya volaría
recorriendo lejanos momentos
entre prado hierba nueva y nosotros
despertando todos los sentimientos y
y hoy no estoy más seguro que ayer
sin saber bien todavía por qué
te busque
y hoy no estoy más seguro que ayer
sin saber bien todavía por qué
te encontré

De nuevo pasa una estación y siento
el perfume de la costa miro y juraría
que la tierra gira por la larga vía
últimos kilómetros pensando si
si es un deseo de evasión el que me lleva hasta allí
porque el mar no cambia y tus ojos si
y recorro lejanos momentos
entre prado hierba nueva y nosotros
despertando todos los sentimientos y
y hoy no estoy más seguro que ayer
sin saber bien todavía por qué
te busqué
y recorro lejanos momentos
entre prado hierba nueva y nosotros
despertando todos los sentimientos y
y hoy no estoy más seguro que ayer
sin saber bien todavía por qué
te encontré.
Piero

martes, agosto 01, 2006

Recuerdos de terroristas

Luego de un largo viaje, finalmente estábamos frente a frente. Nos habíamos encontrado tantas veces sin vernos que ya éramos viejos amigos. Conversamos de todo, de poco y de mucho y fue cayendo la tarde. Ya cuando finalmente el sol se ponía a eso de las 9, de improviso, sin mediar ninguna pregunta, empezó a contarme la historia del golpe. El pronunciamiento militar, como les gusta llamar a los hipócritas que aún creían en su ídolo. La historia fue larga y penosa. A ratos, en la penumbra, podía ver sus ojos brillar con la emoción contenida y el fuego de los recuerdos, narrados tan vívidamente que, más que escucharlos de su boca, podía mirarlos a través de los ojos de su memoria.

Era el tercer día del golpe, decía, ya había caído Allende y los milicos tenían tomada toda la ciudad y había toque de queda. A nosotros no nos dejaban salir de la posta central, (la oficina del servicio médico de seguridad social), a pocas cuadras de La Moneda. No nos habíamos cambiado de ropa, ni nos habíamos bañado, casi no habíamos comido y el agua de la cisterna estaba por terminarse. Toda la ciudad estaba incomunicada y nadie sabía nada de sus familias ni las familias sabían de nosotros. Salvo por los chismes y rumores y lo que contaban algunos heridos que llegaban a la posta, tampoco sabíamos nada de lo que pasaba en la calle. Yo estaba preocupada por mi familia, sobre todo por mi tío que fue ministro de vivienda del gobierno de la Unidad Popular. Nos contaron que estaban buscando y apresando a todos los comunistas, socialistas, progresistas, a todos los colaboradores del gobierno de Allende. A todos. Y si no los encontraban se llevaban a las familias para investigar dónde estaban y presionarlos para entregarse. Yo escondí mi identificación en el baño y dije que me la había olvidado, no sea que alguien se diera cuenta de que mi tío era quien era y me llevaran a mi también. Como yo era casi una niña, muy delgadita y andaba con muletas, no llamaba la atención de los milicos.

Nos hicimos amigos de un teniente que estaba al mando del pelotón que cuidaba la posta. El cumplía las disposiciones que le habían dado sus superiores, con el celo de todo milico joven, convencido de que de eso dependía la seguridad nacional y, quien sabe, la existencia misma de la patria: nadie podía salir ni entrar a la posta sin órdenes específicas, salvo los heridos. En fin que el largo encierro (por inesperado más que por prolongado) y el trabajo sin tregua nos tenía agotados a todos. El teniente, un poco compadecido y bastante preocupado por el desempeño del personal médico bajo su cargo, decidió permitirnos salir a la calle a tomar el sol. Rodearon la puerta de calle en un semicírculo de unos 10 metros con milicos armados y equipados, con los fusiles rastrillados y apuntando y nos ordenaron pararnos arrimados a la pared, uno junto al otro. Más parecía un pelotón de fusilamiento que cinco minutos de aire libre. Serían como las 11 de la mañana y el sol entibiaba el aire. El teniente, que quizá para ese momento ya estaba dudando de si todos los civiles éramos enemigos del estado o parte de la conspiración del comunismo internacional, nos obsequio una cajetilla de tabacos en la cual aún había tres cigarrillos. La desesperación de no haber fumado en tres días agravada por los nervios y la necesidad de disimular el olor que nuestros cuerpos, tan juntos, exhalaban, nos hizo, por un momento, olvidar el peligro y perder el orden en que estábamos, tratando de ganar los pocos cigarrillos y acercarnos al fósforo encendido que uno de los milicos tenía en la mano. Hubo un disparo y todos nos agachamos y regresamos de un salto a nuestros puestos en la pared, mientras el teniente, con el arma de dotación en la mano nos insultaba y nos ordenaba mantener la formación. Vi a mí alrededor y nadie estaba herido. Había sido un tiro al aire de advertencia. Los milicos se reían al ver el miedo que teníamos, pero se notaba que estaban nerviosos y con los dedos listos a jalar del gatillo.

Nadie volvió a pronunciar palabra. La ciudad desierta estaba en completo silencio y podía escuchar el sonido que hacía el tabaco al quemarse con cada profunda chupada que le daba. Al otro lado de la cuadra había una escuela donde normalmente los niños deberían estar jugando, pero no se oía ruido. Los niños… estarán atrapados en la escuela o los habrán desalojado? De pronto una pelota sale del interior del edificio de aulas, por una ventana, da un par de votes, salta la reja de calle y, rodando lentamente, se detiene unos 15 metros afuera del colegio. Al parecer algunos niños seguían allí y estaban confinados a las aulas. Unos instantes después salen dos niños de las aulas y se acercan a la puerta de calle, ven la pelota, ven a uno y a otro lado en busca de carros, pero no hay peligro, la ciudad está desierta. Uno de ellos, un cabro chico de unos 10 años, de pelo castaño con corte de príncipe valiente, uniformado de pantalón gris y camisa blanca bastante sucia y manchada se anima y sale corriendo de la puerta a la calle, hacia donde está la pelota.

De pronto el tiempo se detiene. La mañana es gris, pese al tibio sol, y todo el ambiente tiene tonos de verde por el uniforme de los milicos y los tanques y los vehículos de combate estacionados. El aire aún huele a humo: de la pólvora del disparo del teniente, del fósforo encendido, de los lucky sin filtro… No se escucha nada más que el persistente zumbido que dejó en los oídos el tiro de la pistola. Entonces suena un potente grito a 5 metros de mí. Es un milico vuelto hacia el frente, dándonos la espalda, que dice “alto” mientras posa una rodilla en el suelo y apoya su mejilla en la culata de su arma para apuntarla mejor. Del otro lado, veo una señora de unos cuarenta años, de lentes, que sale del edificio de las aulas agitando los brazos y gritando algo que no se alcanza a escuchar. También está con falda gris y blusa blanca manchada, debe ser la maestra. No termina de bajar las tres gradas para llegar al pequeño jardín en el frente del colegio que separa la puerta de acceso de la puerta de calle. El cabro chico que está en la calle se detiene mientras regresa a ver a la maestra. Entonces suena un estampido más poderoso que el de hace unos momentos. El chico se congela y el giro de su cabeza se detiene, vacila un momento y se desploma sobre la pelota con la cabeza destrozada.

No se escucha una palabra. El cigarrillo cae de mi boca. Todos estamos paralizados, aterrorizados, incrédulos. Los milicos dan un paso al frente, hacia nosotros, y nos encañonan. El teniente posa una mano en el hombro del soldado que aún sigue con una rodilla sobre el suelo y le dice “tenéis buena puntería huevón”, luego se vuelve a nosotros y mientras avanza gesticulando con los brazos grita “todos pa dentro hijueputas, que nuhay na que ver”. El resto del día pasamos sin cruzar palabra, con el temor de que nos lleven al estadio nacional por haber sido testigos de lo del cabro chico. Con la certeza de que cualquiera de esos milicos podía dispararnos por no obedecer sus ordenes o porque algo que hiciéramos les pareciera sospechoso. Al día siguiente, a la tarde, finalmente nos dejan salir de la posta, pero el toque de queda sigue, así que nos envían a las casas de cada cual en la ambulancia……






Entonces la voz de ella calla. Apaga el cigarrillo que tiene en la mano y se queda con la mirada perdida en la oscuridad mientras una lágrima rueda por sus mejillas. Mis mejillas también tienen lágrimas. Yo no me atrevo a decir nada, ni siquiera me muevo para no romper sus recuerdos. El instante es interminable y mi propia memoria se aprovecha para traer recuerdos, los de hace 20 años y también los más recientes de abril. Recuerdo a los amigos desaparecidos, a los compañeros torturados, a los conocidos apresados, a los escuadrones volantes, el interior de los calabozos de la oficina de seguridad política junto al teatro Bolívar, el dolor, la angustia, la resignación, las canciones de Silvio, las de Quilapayún, las de Víctor Jara, las compañeras...… El escenario cambia y los recuerdos se vuelven frescos. Abril. Recuerdo a una niña con un ojo destrozado, a un fotógrafo muerto, a una señora atropellada pro su propia gente….cacerolas, pitos, banderas. Y me veo a mi mismo pateando bombas entre nubes de gas lacrimógeno. Veo un chapa que me ve tras la máscara, me apunta y dispara, al mismo tiempo que yo salto y giro en el aire y siento un intenso dolor y ardor en el muslo derecho…







Ahora que las imágenes del Líbano me han traído todos estos recuerdos pienso, en los hombres tras las armas de estado. En los verdaderos terroristas. Saben cual es el atentado terrorista más devastador de la historia: una bomba atómica arrojada sobre una población civil (Hiroshima, 120.000 muertos, 80.000 se evaporaron a pocos milisegundos de la explosión, y 70.000 heridos al instante de la explosión). Saben cual es el siguiente atentado terrorista más devastador de la historia: otra bomba atómica arrojada sobre otra población civil (Nagasaki, 50.000 muertos y 30.000 heridos al instante de la explosión). La siguiente acción terrorista más devastadora: más de 2.000 toneladas de bombas incendiarias arrojadas en una sola noche sobre Tokio que dejaron más de 100.000 muertos y 40.000 heridos graves. Los bombardeos de ese estilo sobre población civil del Japón continuaron durante meses provocando más de un millón de muertos, pero los bombardeos evitaron cuidadosamente Hiroshima, Nagasaki, Kyoto, Nigata y Kokura que habían sido escogidas como objetivos atómicos y se necesitaba que estén intactas para evaluar correctamente los efectos de las nuevas armas, que serían arrojadas de cualquier manera, pese a que el Japón llevaba meses intentando negociar su rendición y que Truman lo sabía.
Saben cual es la siguiente acción terrorista más devastadora de la historia: miles de toneladas de bombas convencionales (equivalentes a varias bombas atómicas) y toneladas de napalm arrojados sobre poblaciones civiles en Vietnam, que causaron más de dos millones de civiles inocentes muertos. Y saben quienes son los adalides de la lucha contra el “terrorismo”.… si, aquellos que son responsables de los mayores actos terroristas que ha conocido la humanidad y que jamás deberían olvidarse. Ahora, sus aliados, el ejercito israelí (el segundo más poderoso del mundo según los analistas militares) es el responsable de un ataque terrorista contra el Líbano, asesinando a cientos de civiles con el pretexto de rescatar a dos soldados judíos secuestrados por unos guerrilleros, perdón, por terroristas. Parecería ser que el bombardear poblaciones civiles se convirtió en una costumbre desde la segunda guerra mundial y que la única diferencia entre un “ejercito” que usa su “pleno derecho” a “defender” a su país y los “terroristas” es que estos últimos no disponen de tecnología y dinero y deben usar sus cuerpos para transportar las bombas.