martes, mayo 19, 2009

Tristeza

Te miro, siempre sentada allí,
y veo como de tus manos
fluyen las palabras que tu boca calla,
como resbalan de tus dedos
las lagrimas que mojan el papel
con sentimientos angustiados.
Porque si tus ojos no lloran,
tus versos lo hacen.
Ese es tu llanto y debe ser tu risa,
tus palabras o tu canto.
¿Pero, por qué ahora en tu alma
sólo escucho desaliento?
¿Por qué ronda en tus manos la muerte?
Me gustaría saber por cuales caminos
anduviste en los últimos tiempos.
¿Dónde se quedó la mujer que nunca conocí?
Aquella que se esconde en lo más profundo de tu mirada
y que quisiera verla nuevamente volar por tus manos,
en una caricia o en un verso.
Pero cuando se deja ver como un destello,
enseguida tu sonrisa se acaba
y muda nuevamente en un apagado gesto.

Te miro siempre sentada allí, escribiendo.
Pero yo no soy tu esfero ni tu cuaderno.
Tus manos no me tocan,
tus ojos no me observan.
Entonces me acerco y espío lo que has escrito,
ansioso de encontrar allí mis reflejos;
pero tampoco estoy en tus pensamientos.
Sólo está la tristeza, la angustia,
el amor.
Si, el amor que siempre es contradictorio,
que es dolor y es gozo,
que es muerte y vida eterna,
que es angustia y es paz,
que es quietud y es tormenta.
Entonces pienso que tal vez
si son nuestros reflejos.

Hoy estabas aún más lejos.
Sólo eras una sombra
sentada en tu mesa de siempre.
Apenas pude distinguir que eras tu
cuando ya te ibas.
Apenas una sombra.
Hubiera querido salir detrás de ti,
seguirte los pasos,
confundirme en las sombras
para seguir mirándote de lejos,
para seguir respirando tu esencia,
para mezclarme con tu magia.
Y ser parte de ti,
sin que tu lo sepas.

Pero ya estás lejos.
Una silla con tu tibio vacío.
Una copa a medias, una página caída.
Te has ido para siempre a escribir otros versos.